Farewell letter

 Estoy cansada.

No el cansancio que duerme con una siesta, sino el que se incrusta en los huesos,
el que apaga la voz por dentro, el que convierte cada pensamiento
en una batalla sin testigos.

Hay una guerra en mi cabeza y nadie más la escucha.
Mi mente es una tormenta que responde antes de que yo pregunte,
que me recuerda todo lo que no va a mejorar,
que me susurra que no hay promesa que aún me pertenezca.

¿Y si los dioses existen?
¿Será que me dejaron atrás, que mis plegarias se perdieron entre las de otros
más importantes, más valientes, más merecedores?

¿O será que simplemente no hay nadie, que solo hay silencio disfrazado de fe?

Tuve sueños…
nada ambicioso, solo quería que la vida dejara de doler.
Quería una noche que no ardiera, un día que no pesara como cruz.
Solo eso.
Un poquito de tregua.

Pero nada llega.
todo lo que espero se retrasa, se desvía, se burla.
Y yo me desgasto esperándolo.
Cada intento mío se ahoga en su propio eco.
La esperanza ya no se levanta sola, hay que arrastrarla.
Y yo ya no tengo con qué.

A veces, quisiera escupirle a la vida en la cara.
Decirle que no fue justa, que no supo, que no quiso.
Pero la vida no tiene rostro, no tiene cuerpo, no tiene a quién golpear.
Solo tiene a mí,
y yo también me estoy soltando.
Parece que estoy en guerra con mi propio reflejo y en esta batalla sorda
solo hay derrotas silenciosas.

Me despido del deber de ser fuerte, de la idea de que siempre hay que seguir.
Hoy no quiero seguir.
Hoy quiero rendirme sin culpa,
soltar sin castigo,
caer sin que me pidan que me levante.

Y si en alguna parte aún queda un hilo de vida que quiera quedarse,
que no sea por deber,
sino porque encontró en medio del abismo,
una razón pequeña,
una palabra,
una mirada,
una mano.

Yo, por ahora,
me dejo ir de esta carga.
Me despido de la lucha sin tregua.
Y si algo ha de volver a nacer de mí,
que sea desde el descanso, desde la verdad, desde la posibilidad de vivir sin tanto dolor.


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