Desde hace mucho el corazón que habita mi cuerpo ya no me pertenece, no sé como ni cuando pasó, solo sé que un día cualquiera estaba preguntándole al universo, por qué el tiempo y el espacio se reducían a nada cuando estaba contigo, que era lo deslumbrante de tu sonrisa y como es que tus “te quiero” se tejían en mi alma como un susurro que deshacía todas mis dudas.
No era la belleza lo que me cautivaba, ni la perfección de tus gestos; era esa forma única que tenías de hacer que todo se detuviera a mi alrededor, como si el mundo se olvidara de su propio ritmo cuando tú aparecías. Y mientras todo eso sucedía, yo me perdía en la pregunta que nunca me atreví a hacer: ¿qué fue lo que me hizo entregarte, sin reservas, eso que ya no era mío? Es extraño cómo el alma guarda rastros invisibles, como huellas de un paso que ya se ha ido pero sigue caminando dentro de mi. El tiempo, que antes me parecía interminable, ahora se me escapa entre los dedos como arena fina y todo gracias a ti.
Mi corazón ahora es tuyo, sin reservas, entregado por completo en la danza de un destino que ni yo misma supe trazar. Es un latido que ya no reconoce las fronteras de mi cuerpo, porque ha aprendido a latir en tu nombre, a suspirar por tu sombra y a seguir el ritmo que ella marca. Como una melodía que se repite en los rincones más profundos de mi ser, cada acorde es tuyo.
Es curioso cómo el amor, cuando se posa en el alma, no pide permiso. Se queda, se enraíza, y se hace dueño de lo que antes creíamos exclusivamente nuestro. Y así, sin necesidad de palabras, mi corazón ha decidido que es tuyo, como si siempre hubiera estado destinado a serlo.
Quizá en otro tiempo, en otro rincón del universo, ya nos pertenecíamos.
Comentarios
Publicar un comentario